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Día del Libro

Día del Libro

Celebrar el Día del Libro es celebrar la literatura universal. Celebrar que todos aquellos afortunados a quienes nos han enseñado a leer podamos escoger un libro, pasar sus páginas y disfrutar de su lectura.

Todo aquel para quien la literatura signifique algo será un gran lector, valorará la riqueza cultural de nuestro pasado literario y verá en la literatura actual su huella; será capaz también de extraer de cada libro un significado propio y utilizarlo en su vida personal, social y familiar. Este, sin duda, es uno de los valores más apreciados de la literatura, pues es provechosa y deleita de diferentes maneras a diferentes personas.

Sin embargo, más allá de las interpretaciones propias y de la sensibilidad de cada lector, existe en la literatura clásica un poso universal sin el cual perdería todo su valor, pues toda literatura es humana. Esta es la razón por la que estas obras perviven y mantienen su vigencia a lo largo de los siglos.

Los cuentos clásicos son una buena muestra de ello. Por mucho que se modifiquen a lo largo del tiempo, incluso aunque las versiones más extendidas no sean las originales (y cuando, en numerosas ocasiones, ni siquiera conocemos dichas versiones originales), perviven porque tienen un enorme valor educativo; porque es fácil identificarse con los personajes; porque despiertan curiosidad, inducen a la reflexión y, lo más importante, nos tranquilizan: no estamos solos, nuestros problemas son universales, y siguen siendo los mismos por muchos siglos que pasen.

Cada época ha sabido modificar los cuentos clásicos y adaptarlos a la sociedad contemporánea. Esto no solo es lícito, sino también necesario. Además, puede hacerse sin necesidad de olvidar las versiones anteriores, que nos hablan de otras épocas y nos ayudan a entender el pasado de la humanidad. Si no hubiéramos sabido conservar el arte y la literatura que nos precedió seríamos más ignorantes, probablemente menos empáticos y por ello peores personas. Nuestro mundo dista mucho de ser perfecto, pero si hemos avanzado en muchos campos es gracias a que hemos sabido traer el pasado al presente.

Debemos ser conscientes del enorme valor que tiene el cuento tradicional. Son las enseñanzas de otros, las moralejas de nuestros abuelos, lecciones de la vida en palabras. Podemos adaptar el cuento: está pidiendo que lo hagamos. No quiere ser descartado, quiere ser reutilizado. El cuento clásico Caperucita Roja, por ejemplo, cuyas primeras versiones orales no podemos conocer, se ha ido transformando con el tiempo. El lobo no era un lobo, sino un hombre; su versión primitiva era, además de sangrienta, muy distante de ser puritana. Pero, sin duda, servía a un propósito en una época en la que las niñas podían sufrir este tipo de amenazas más frecuentemente. Luego el cuento se fue suavizando, y quien asaltaba a Caperucita pasó a ser un lobo. Perrault suprimió las escenas truculentas y decidió dejar clara la moraleja del cuento: no te fíes de los desconocidos. Más tarde, los hermanos Grimm introdujeron al leñador y le dieron a la historia un final feliz. Esta es la versión que se ha extendido por todo el planeta, la versión que, adaptada a su época, pudo tener éxito. Las versiones anteriores no nos servirían actualmente, pues, en nuestra sociedad, los niños no necesitan ser avisados sobre potenciales derramamientos de sangre (cabría hacerse la pregunta: ¿en todas las sociedades actuales es así?). En cualquier caso, sí necesitan ser avisados sobre el camino que van a recorrer en la vida, cuando abandonen la seguridad del regazo de mamá y tengan que ir solos a casa de la abuela: hijo mío, este camino debes andarlo tú solo.

Que prefiramos para los niños versiones adaptadas no significa que tengamos que olvidar las anteriores. Son reflejo de nuestro pasado, y algo de ellas hay en nosotros. Caperucita seguirá yendo a casa de su abuelita, ya sea en forma de niña, de héroe griego o de hobbit, y los niños, ahora y siempre, deberán prepararse para los riesgos que les esperan.

En el Día del Libro queremos celebrar la literatura universal. Por eso, tenemos que celebrar el cuento tradicional.

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